Hay quien piensa que cuantas más horas esté un alumno con el profesor su estudio será más eficiente; y contrariamente están quienes piensan o deciden (seguramente forzados por una economía débil) que es mejor lo contrario.
Ninguno está equivocado, pero tampoco acertado. Y tal vez su toma de decisión no es la adecuada para quien sufre las consecuencias: el alumnado.
Hay tradiciones familiares basadas en uno de estos dos pensamientos planteados que crean toda una filosofía de vida herdeada generación tras generación; incluso marcada y enmarcada con una frase refranística o fácilmente asimilable por aquella persona que que la escucha o la lee sobre chimenea, como lema en su escudo familiar. Y seguramente a aquel lejano antepasado que la instauró como slogan identitario de la familia le funcionó; tal vez, ni siquiera fue su voluntad que quedara como ley perpetua entre sus herederos y esté revolviéndose en su tumba viendo las consecuencias de no haberle entendido.
Porque lo que le sirve a una persona no tiene por qué servirle a ninguna otra; sí, he dicho ninguna. Y muchísimo menos por ser su hijo, hermana menor o cualquier otro parentesco; ni siquiera a su gemelo. Pero especialmente en la generación siguiente, donde el ser humano necesita una oposición en mayor o menor grado a sus progenitores para independizarse y probar a realizar un caino diferente al trazado por ellos. Es una de nuestras vías evolutivas como especie. ¡Y funciona! Y aunque muchas de las veces nos lleve a tomar formas parecidas a las de nuestros abuelos (ya que nuestros padres se opusieron a ellos), habrá al menos la suficiente distancia generacional para no copiar (como nuestroa principal manera de aprendizaje) ni calcar por el mero hecho de vivir en otra época, en otros tiempos.
Pero vayamos al grano que creo haber desvariado demasiado. La efectividad a la hora de asimilar conceptos con facilidad en el caso de estudios más teóricos o abstractos así como la de de adquirir técnica con ágil destreza, en el caso de estudios más prácticos o pragmáticos, no cabe duda que no vendrá de una metodología magistral de bolsillo que traiga e implante el maestro a cualesquiera que acabe en sus manos como alumno. Obviamente, no estoy hablando de los atajos que por su experiencia el docente puede señalar a todos y cada uno de ellos y que conoce simplemente por mayor horas de vuelo en ese trayecto que, ademas ha acompañado a recorrerlo quizá a centenares durante su vida laboral. Me refiero algo muchísimo más profundo que va desde la forma en que mira y escucha al aprehendiente; y con forma no sólo hago denotar unos prejuicos preestablecidos a los que estamos abocados a caer todos los seres humanos (pues es otra de nuestras formas de protección, supervivencia y sociabilización. No es sólo eso; es sobre todo, una vez superado el prejuicio natural humano, la calidad y cantidad de esfuerzo en vislumbrar, en atisbar cuales son las cualidades o aptitudes naturales, así como su potenciales handicaps; no sólo para la materia tratar: es extrapolable al resto de parámetros a atender en la vida, pues, como seres fractales que somos (como el resto de la naturaleza) se está analizando a pequeña escala el modus vivendi de esa persona; para y en cualquiera de las facetas de la vida. Por eso, la docencia y el magisterio nunca fueron la simple proyección y transmisión de conocimientos cual relevo de juego olímpico. Aunque en ciertas épocas y a través de ciertos individuos (a veces la inmensa mayoría) haya sido así, es inconcebible que sigamos pensando en y englobando dentro de la pedagogía el copipeguista trasvase de la más vulgar información en plena nueva era, en el siglo del más allá.
Y, aunque haya parecido que me he vuelto a ir de varetas, en realidad ésa es la base de mi reflexión en cuanto al acierto en relativizar el número de horas idílico para su optimización. Es más, no sólo dependerá de cómo qué inteligencias tengan alumno y maestro más o menos desarrolladas, su consciencia y su mayor o menor voluntad en disminuir posibles déficits, sino que tanto o más importantes puede ser las circunstancias temporales de ambos en cada una de las semans que vayan transcurriendo, por poner una medida de tiempo. Y no veo nada descartable desde una semana de intensidad por estar ambos emocionados en un momento concreto y peculiar de gran avance, como otras de no hacer ni una sola hora lectiva por cualquiersituacion experiencial fuera de los estudios de tal calado que afecte estrepitosamente.
Y creo, sinceramente, que somos los docentes quienes debemos tener una gran elasticidad mental y emocional para moldarnos a todas ellas.
Gracias por leerme. Siento así compartir algo de mi contigo.
Salud